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"El Síndrome Woody Allen" o cómo elegir trinchera

Crítica del "Síndrome Woody Allen". Edu Galán (Debate, 2020)

En esta época extraña, en la que se nos llenan la boca y los discursos y las redes sociales de palabras como fascistas, feminazis o populistas, es más importante que nunca saber en qué trinchera estamos pero, sobre todo, cuáles son las razones que nos hacen estar ahí. Y estas últimas son, aunque parezca una perogrullada, las que deberían colocarnos en un lugar u otro. Y, más importante aún, las que deberían hacernos ver dónde están realmente las trincheras que importan.


Precisamente por eso, la lectura de libros como "El síndrome Woody Allen" del periodista Edu Galán (Debate, 2020) se hace más imprescindible que nunca. En general se hace más imprescindible que nunca que leamos. Porque ese tufo a paletos adanistas, a bienintencionados de colmillo retorcido, a beatas inquisidoras y niños psicopáticos que supuramos como sociedad solo se cura leyendo. Y mucho. Y a muchos. Y con los ojos abiertos, la mente blanda y los intestinos quietos. Dejen las tripas en casa, que esto va de aprender, escuchar, razonar y reflexionar. Y a partir de ahí, sí, opinar con criterio y contribuir a esa res publica, que tanto preocupa a Pablo Iglesias.


Ese tufo a paletos adanistas, a bienintencionados de colmillo retorcido, a beatas inquisidoras y niños psicopáticos que supuramos como sociedad solo se cura leyendo.

Me gusta el tono directo, satírico, irónico y sandunguero de Galán. Me gusta que se ponga una copa de whisky imaginario mientras me plantea situaciones, preguntas y temas a debatir, conmigo misma y con su libro y con el que se tercie. Me gusta, en definitiva, que me trate como a una adulta con inteligencia y raciocinio. Que no busque aleccionar sino "alumbrar" el camino que nos ha llevado a esta distopía infantiloide en la que ser víctima es un valor per se, un estatus al que aspirar y un negocio al que sacar el máximo rédito. Me gusta que su libro plantee caminos y vericuetos. Pero me gusta aún más, que las líneas rojas estén claras. Que la diferencia entre el relativismo moral y el respeto por la discusión abierta estén claros.


Me gusta que cite a Steven Pinker y su necesarísimo "En Defensa de la Ilustración" (por favor, si solo podéis hacer una cosa en las próximas semanas, que sea leer este libro y luego hablamos). Me gusta y me alivia el alma leer a autores defendiendo el Estado de Derecho, la Presunción de Inocencia, la Libertad de Expresión y los Valores Liberales. Y sí, pongo estos conceptos con mayúscula porque son los dioses de mi olimpo particular. La deidades a las que realmente confío mi suerte y, sobre todo, la de mis hijos -ahora que soy madre, todo importa mucho más- y las que nos han traído, con -toooooooodos sus claroscuros y defectos- el periodo de mayor bienestar de la historia de la humanidad.


Me gusta, además, que esta defensa se haga desde posiciones políticas que en algunos casos difieran de las mías. Porque mi trinchera, ahora mismo, no está situada ni a izquierda ni a derecha. Mi trinchera ahora está frente a quienes por ignorancia asesina quieren cargarse lo poco que nos hace buenos.

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