Si hay algo que me chirría de esa jaula de grillos que llamamos actualidad es el doble rasero con el que se miden las cosas.
Los grandes ideales no son tan importantes como el afán de llevar la guerra cultural hasta sus últimas consecuencias. No nos importan tanto la libertad de expresión, el futuro de los jóvenes, el racismo o el feminismo, como la trinchera desde la que -supuestamente- los defendemos o combatimos. La Ley del Embudo de toda la vida se aplica, sin sonrojo, en todos los ámbitos, vaciando de todo contenido y credibilidad cualquier iniciativa. El objetivo nunca va ser otro que el de utilizar una noble causa como arma arrojadiza para aniquilar al enemigo. La noble causa solo es la carcasa que esconde la ira cainita de toda la vida.
Lo señalaba acertadamente Juan Soto Ivars, ese gran 'machirulo', en su último artículo. Ojalá Pablo Hazél hubiera sido un "pobre raperillo de ultraderecha". En ese caso, habría sido mucho más fácil señalar lo terrible de las algaradas callejeras que no, no representarían en ese caso a la "desencantada juventud española" sino a una pandilla de neonazis aislados cuyos actos merecerían una condena unánime de toda la sociedad. Las palabras de Hazél, deseando la muerte a Patxi López, se considerarían execrables y miles de firmas de change.org solicitarían que se retirasen todos sus discos del mercado y probablemente Twitter ya habría silenciado sus cuentas. Todos esos a quienes se les llena la boca defendiendo que #RapearNoEsDelito se callarían porque la Libertad de Expresión solo nos interesa cuando se trata de que se expresen los que consideramos los nuestros.
la Libertad de Expresión solo nos interesa cuando se trata de que se expresen los que consideramos los nuestros
Y así aplicamos la famosa Ley del Embudo a todo lo que cae en nuestras manos. Gran parte del feminismo tuitero se llevaba esta semana las manos a la cabeza porque en el último vídeo de C. Tangana, Andrés Calamaro dice "tengo un cohete en el pantalón". Que Calamaro aluda a su pene y las razones por las que lo hace en un vídeo intencionalmente cargado de testosterona no me parece ni bien ni mal. Me da un poco igual, la verdad. Lo que me fascina es que suelen las personas a las que sí les parece mal, las que celebran al mismo tiempo que raperas como Cardi B dediquen gran parte de sus versos a su chocho moreno. Y olé por ellas, sin duda. Pero eso de penes abajo, vaginas arriba, en pleno siglo XXI me resulta de un infantilismo tremendo. Si nos mola hablar de sexo abiertamente y celebrar la sexualidad rabiosa y desafiante, ¿por qué la masculina debe estar vetada públicamente? Ya sé que la respuesta lleva implícita una explicación sobre miles de años de heteropatriarcado que no voy a reproducir ahora porque nos la sabemos de memoria. Pero me sigue chirriando que una victimización histórica sea el pretexto para sentirse legitimado a aplicar, aunque solo sea formalmente, las mismas maneras que denunciamos en los otros.
Como señala Daniel Bernabé en su estupendo libro "La Trampa de la Diversidad", la izquierda ha dejado de lado temas fundamentales, cuyo abordaje es hoy en día más importante que nunca -desigualdades sociales de las de verdad, acceso a la vivienda, precariedad laboral- y dedica la mayor parte de su tiempo a debates formales que ocupan mucho espacio en la agenda informativa y movilizan a sus bases y, en general, a los usuarios de redes sociales, pero que en la práctica no solucionan los grandes problemas a los que se enfrenta la sociedad.
Me chirría que una victimización histórica sea el pretexto para sentirse legitimado a aplicar, aunque solo sea formalmente, las mismas maneras que denunciamos en los otros
El debate actual sobre la Ley que prepara con tanto afán el ministerio de Igualdad de Irene Montero y su #SoloSiesSi llenará muchos titulares, pero es una trampa en si mismo. Se inocula en la sociedad la sensación de que en cualquier momento, cualquier mujer española puede ser agredida sexualmente, se movilizan recursos mediáticos y estatales para incidir en esa idea, y a partir de ahí se ponen recursos y dedican debates a la necesidad de solucionar esa especie de estado de alarma nacional. Cuando lo cierto es que, con todo lo terrible que es una agresión sexual, España es, en este sentido, uno de los países más seguros del mundo. Casos puntuales como el de La Manada, se convierten en el todo simplemente porque han tenido una gran repercusión mediática, y a partir de ahí la melé está lista. Hay que cambiar la legislación porque no "defiende a las hermanas". Siglos de ilustración, liberalismo y perfeccionamiento del Estado de Derecho a la mierda porque, hermana #YoSiTeCreo, y que venga aquí el guapo que se atreva a discutirme que las mujeres somos seres de luz. Y, mientras tanto, los temas realmente urgentes, que realmente afectan a las mujeres, como la conciliación entre vida laboral y maternidad, siguen sin solucionarse.
Le damos muchas vueltas, mareamos la perdiz con leyes paritarias, ministerios de Igualdad u otras 'trampas identitarias', cuando lo cierto es que la solución a estos problemas ya se dio hace siglos con eso de que todos los ciudadanos, sea cual sea su origen, sexo y condición deben ser iguales ante la ley y tener los mismos derechos y obligaciones. Que la aplicación del Estado de Derecho sea ineficiente y mejorable en muchas ocasiones, es evidente. Que los esfuerzos de todos deberían ir encaminados a perfeccionar su aplicación y no a inventarnos artefactos ideológicos que solo lo debilitan, también debería serlo.
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