Si hay algo que nos falta hoy en día es perspectiva. Contexto. Proporcionalidad.
Supongo que tiene mucho que ver con la adoración desaforada a la juventud, entendida como el estado ideal y culmen de todo lo que puede llegar a ser una persona. No hay nada más ridículo que tener 50 años y anunciar, con satisfacción, que uno se siente joven. Para qué, por qué. Porque existe un consenso generalizado de que la juventud es una especie de don divino que debemos cuidar y mantener y, en caso de perderlo, somos, valga la redundancia unos perdedores. Lo mismo me da la juventud física que la espiritual.
Respecto a la primera hay poco que decir. Por supuesto que una piel tersa, un corazón sano y unos músculos elásticos son algo positivo. Pero vivir como un drama su progresiva e implacable degeneración es como un castigo prometeico. Por más que nos empeñemos en rellenar los surcos de botox y ácido hialurónico, las células seguirán muriendo, el colágeno seguirá disminuyendo y nuestro cuerpo seguirá su curso, mientras sufrimos no tanto por envejecer, sino por haber sido incapaces de detener el proceso. Culpabilidad judeocristiana, una vez más.
Respecto a la idealizada juventud espiritual, quiero creer que aquí nos encontramos ante una confusión semántica. Nada en mi vida ha sido y es tan satisfactorio como madurar. Aprender de lo vivido, tomar decisiones más racionales fundadas en experiencias pasadas. En lugar de los impulsos totalizantes y muchas veces ciegos que me movían en mi juventud, hoy en día tengo un buen bagaje que me permite poner cada cosa en su lugar, minimizar los miedos y fantasmas y priorizar lo importante.
La soberbia, el adanismo y la miopía intelectual suelen ser propias de los tontos y de los jóvenes a los que aún les queda mucho por vivir. Y aprender.
He aprendido el valor de la paciencia, de la reflexión y de la distancia. He aprendido que la mayor parte de las cosas no son tan importantes. Y, sobre todo, que aún me queda mucho por aprender. Y supongo, retomando el inicio de la reflexión, que a eso es a lo que se refiere la gente cuando dice cosas como "a pesar de sus 102 años era joven por dentro". Que aún quedan ganas de aprender cosas nuevas y curiosidad frente al mundo. La paradoja es que son, precisamente, la madurez y las experiencias vividas las que te dan esa humildad de la que surgen la curiosidad y ganas de seguir aprendiendo cosas nuevas. La soberbia, el adanismo y la miopía intelectual suelen ser propias de los tontos y de los jóvenes a los que aún les queda mucho por vivir. Y aprender.
En todas cosas pienso mientras leo las páginas de "Sapiens: De animales a Hombres. Breve Historia de la Humanidad" de Harari Yuval Noval (Debate. 2013). El libro es un maravilloso relato de la historia de la humanidad, que explica con un lenguaje sencillo, didáctico y divulgativo de donde venimos. Que nos da perspectiva y nos pone en contexto.
Somos esos cazadores-recolectores que hace 70.000 años dieron un vuelco a su forma de relacionarse con el mundo y entre ellos, gracias a una revolución cognitiva que se convirtió en el arma definitiva para conquistar y domeñar su entorno. Y, sin embargo, aún tendrían que pasar 65.000 años (se dice fácil, se piensa difícil) hasta que surgieron las primeras civilizaciones; 69.800 para vivir la actual revolución tecnológica; 69.950 años para iniciar el primer periodo de la humanidad sin grandes guerras, con un índice mínimo de mortalidad infantil, con el individuo como sujeto de derecho, por encima de tradiciones religiosas, familias, clanes o, incluso, género, con una posibilidad de un desarrollo espiritual e intelectual inimaginable hasta hace muy muy poco.
Solos frente al mundo, con su extraordinaria capacidad de comunicación, de imaginar, de superarse y de relacionarse como potencial arma de dominio masivo y de autodestrucción
Y a pesar de todo, nuestro cerebro, nuestro cuerpo, nuestros instintos son exactamente los mismos que los de aquellos cazadores-recolectores que vivían al día en un mundo hostil, en grupos de no más de cien individuos. Solos frente al mundo, con su extraordinaria capacidad de comunicación, de imaginar, de superarse y de relacionarse como potencial arma de dominio masivo y de autodestrucción.
Los relatos y mitos son nuestra particular bomba atómica. Nos han ayudado a llegar a ser lo que somos, nos pueden ayudar a ser mejores o a ser terribles. Solo acompañados de reflexión, de aprendizaje de lo vivido, de lo mejor de nuestra capacidad intelectual nos pueden salvar de nosotros mismos. Y para eso está la humildad, el contexto y la capacidad de aprender de lo vivido. La cultura y el conocimiento. Y los libros como "Sapiens".
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