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Sexual Personae

Reseña de "Sexual Personae". Camille Paglia (Deusto, 2020)

Camille Paglia, nacida en en Nueva York, en 1947 es una profesora de Arte y Humanidades y Comunicación en la Universidad de Philadelphia. Atea, lesbiana, provocadora, autoedeclarada transgénero, fan de la cultura pop y feminista, Paglia defiende un feminismo heteorodox y sui generis, en las antípodas de los actuales discursos hegemónicos queer.


De Camille Paglia me interesan sus tesis como punto de inicio de un debate sobre muchos temas interesantes: el femenismo actual, la misoginia, el patriarcado, hasta donde somos lo que somos por socialización o por naturaleza, la dictomía entre lo dionisiaco y lo apolíneo y hasta donde nos llevan los excesos de cada uno...


Ella, fanfarrona, estridente, excesiva y grandilocuente siempre en sus discursos, hablados y escritos, defiende lo que llama el “feminismo de las amazonas, que habla de que toda mujer tiene la responsabilidad de proteger su propia dignidad como persona”. Así, le chirría de movimientos como el #MeToo que se pretenda crear un “un mundo que proteja a las mujeres de su propia estupidez” ya que, a su juicio, “el mundo es peligroso. Hay depredadores ahí fuera, también en la naturaleza. Si las mujeres quieren ser libres, si quieren ser igual a los hombres, se tienen que dar cuenta, al igual que han hecho los hombres, de lo peligroso que es el mundo en el que vivimos”.


Además, su visión de la sexualidad y las diferencias entre sexos va mucho más allá de las posturas que simplifican esta dicotomía como un problema meramente social. Para Paglia, las relaciones entre hombres y mujeres están absolutamente marcadas por nuestro lugar en la naturaleza, una naturaleza cruel, terrible y dionisiaca, que se manifiesta en las mujeres frente al afán masculino y apolíneo de escapar de ella mediante la ilusión del control de la misma.


Autora de varios libros y ensayos, Sexual Personae es, sin duda, su obra cumbre. Publicado en 1990, ya entonces generó una gran polémica y Paglia tuvo problemas para encontrar editorial dispuesta a publicar una obra compleja, excesiva y arrogante, que contiene perlas como: “dejemos de ser mezquinas con los hombres y reconozcamos abiertamente los tesoros que su tendencia obsesiva ha dado a nuestra cultura (...) Si la civilización hubiera quedado en manos de las mujeres, seguiríamos viviendo en chozas".


Para Paglia, las relaciones entre hombres y mujeres están marcadas por nuestro lugar en la naturaleza, que se manifiesta en las mujeres frente al afán masculino y apolíneo de escapar de ella mediante la ilusión del control de la misma.

En este libro, de más de 900 páginas, Camille Paglia da rienda suelta a su erudición e incontenible discurso, con el objetivo de realizar un análisis cultural, filosófico, literario y artístico, de cómo ha resuelto la cultura occidental el conflicto entre lo dionisiaco, representado por las fuerzas incontenibles y terribles de la naturaleza y la mujer; y lo apolíneo, el “ojo” occidental, conceptualizador, dominador y objetivo, que encuentra su ser en lo masculino.


Tienen razón sus críticos en que ella surfea más que profundiza, algo chocante, teniendo en cuenta la enorme extensión del libro, pero precisamente esa es parte de la gracia. Aunque pueda parecerlo, no es un libro de antropología, ni de historia del arte, ni siquiera de historia del pensamiento. Si tuviera que clasificarlo, lo enmarcaría más en la filosofía, si bien, tampoco es ortodoxo en este ámbito. Pero creo que precisamente en esa libertad que otorga no pertenecer a una disciplina concreta es lo que le permite explayarse y poner sobre la mesa teorías y puntos de vista que probablemente languidecerían y no tendrían la fuerza que tienen si tuvieran que sustentarse en evidencias científicas, aunque sean de disciplinas sociales o de humanidades.


Ojo, que desde mi punto de vista, esto no le resta valor. Realizar una especie de aproximación general a los fundamentos de la cultura y arte occidentales y tratar de demostrar que existe una especie de línea continua a lo largo de los siglos marcada por la dicotomía entre lo apolíneo y lo dionisiaco, lo celeste y lo ctónico, lo masculino y lo femenino, me parece absolutamente sugerente y estimulante.


El libro es excesivo en todos los sentidos e irregular y por supuesto, está lejos de ser infalible en todas sus tesis y postulados, muchos de ellos extremos, que Paglia dispara página tras página. El tono es grandilocuente, soberbio, en el sentido más literal del término, y provocador. Personalmente, con todas las distancias lógicas, me recuerda al de autores como Nietzsche, del que Paglia es seguidora. Supone una llamada de atención constante al lector, al que pretende despertar de su ensueño apolíneo y roussioniano, escupiéndole en la cara un poco de magma ctónico primigenio, para recordarle que, efectivamente, de eso mismo líquido purulento es lo que se esconde tras, “lo hermoso de la naturaleza, (que) se limita a la fina piel del globo donde nos apiñamos. Basta con rascar esa piel para que aparezca la fealdad demónica de la naturaleza”.


El libro es excesivo en todos los sentidos e irregular y por supuesto, está lejos de ser infalible en todas sus tesis y postulados, muchos de ellos extremos

Su tesis inicial es relativamente sencilla. Toma como punto de partida el conflicto eterno de la mitología griega: la tensión entre lo apolíneo y lo dionisiaco, entre la hybris, el exceso, y la areté, la mesura. Para Paglia, la naturaleza es puro Dionisio. Fuerzas incontrolables, amorfas, lejos de la estética, el orden y la mesura que representa Apolo, dios del Sol y de las Artes, que se presentan perversas y temibles en su fría y brutal indiferencia hacia las necesidades y temores del hombre. Cada representación de la naturaleza es, para Paglia, una bacanal extrema, que la cultura occidental trata de compartimentar creando así una ilusión de control, conceptualizando como bello, lo que, a juicio de Paglia, no es sino simplemente horroroso y demónico. La naturaleza, según Paglia, está absolutamente imbricada en la mujer. Para ella, las mujeres, con nuestros ciclos menstruales y potencial maternidad, vivimos atadas sin remedio a nuestra naturaleza más ctónica que se representa incluso en nuestros genitales, oscuros, informes y ocultos, como una grieta en la corteza terrestre, en la que asomarse a los más oculto y salvaje de la naturaleza.


En frente se situaría el hombre. Obsesionado por una tendencia freudiana a huir de la madre, según Paglia, lo masculino vive aterrorizado por ser devorado por esa plácida madre informe y toda su obsesión es huir de ella y controlar su poder. Frente a lo oculto e informe de los genitales femeninos, se encontrarían los masculinos, externos, lineales o objetivos, proyectados hacia el mundo y con una misión “penetradora y conquistadora”. El hombre necesita conquistar y controlar y para ello hace uso de su cabeza, de su cerebro, conectado al mundo a través del ojo.


Insisto en el concepto de “ojo occidental” porque para Paglia la estética y la belleza es, precisamente, una de las armas del hombre-apolo, para contener la naturaleza. De ahí, según la autora, la obsesión masculina por la “belleza femenina”, que le ha permitido crear una cárcel en la que encerrar los excesos de la auténtica naturaleza ctónica femenina. Lo bello tiene contornos, normas, proporciones… Puede leerse y controlarse:


“El sentido estético es una forma de huir de las fuerzas ctónicas (...) un desplazamiento de uina zona de la realidad a otra (...) Sustitución del olfato animal por el ojo humano debido a nuestra postura erecta”, dice, al tiempo que señala cómo la belleza femenina es la cárcel en la que el patriarcado ha tratado de contener toda la fuerza ctónica femenina:


“La menstruación y el parto son demasiado bárbaros para la comedia. Su fealdad ha dado lugar a ese gigantesco desplazamiento que supone el status histórico de la mujer como objeto sexual, cuya belleza es interminablemente comentada y modificada. La belleza de la mujer (...) produce la consoladora ilusión de ejercer un control intelectual sobre la naturaleza”.


Esta reflexión me parece absolutamente oportuna y, de hecho, está en la línea de ese concepto tan feminista que nos recuerda que a los hombres no les gustan las mujeres, sino esa idealización de la feminidad. La musa, el modelo de mujer amada y deseable que se ha erigido durante siglos en los diferentes productos culturales es una construcción apolínea, fría, objeto de deseo pero nunca deseante, que no huele, ni siente, ni padece. Una mentira apolínea que ha condenado a las mujeres durante siglos al yugo de luchar siempre en contra de su naturaleza -pelos, redondeces, deseos, fluidos, efluvios...- por miedo a que el hombre descubriera la "repugnante" realidad que se esconde tras los afeites y perfumes.


Tal y como nos cuenta Paglia, las primeras religiones, que ella engloba en el concepto de cultos terrestres, estaban enfocadas al culto a la naturaleza, pero posteriormente, dan paso a los cultos celestes. El pensamiento y los conceptos se sofistican y la naturaleza y lo femenino quedan relegados a un lugar secundario. Paradójicamente, tal y como señala Paglia, el culto a lo femenino no significó, ni mucho menos, que las sociedades primigenias otorgasen un papel preponderante a la mujer, tal y como se pretende idealizar hoy en día.


La estética y la belleza es, precisamente, una de las armas del hombre-apolo, para contener la naturaleza

“Las tradiciones apolíneo y judeocristiana son ambas trascendentales. Es decir, intentan superar o trascender a su naturaleza. (...) las religiones en todas partes empezaron en forma de cultos a la tierra, con la adoración de la naturaleza fértil. El paso de los cultos terrenales a los cultos celestes trasladó a la mujer a un reino inferior. (...) Los cultos de la maternidad no significaron la libertad social de las mujeres (...) los objetos de culto son prisioneros de su propia inflación simbólica”


Y, de hecho, aquí viene una de las tesis más polémicas de Paglia. Según la autora, es la cultural patriarcal y masculina, el afán dominador y conquistador que caracteriza a occidente, el que ha acabado liberando a la mujer de la naturaleza. “El cambio del locus creador de la tierra al cielo suponer la sustitución del vientre mágico por la cabeza mágica. Y de esta cabeza mágica defensiva procede el espectacular prestigio de la civilización masculina, que en su ascenso ha elevado con ella a la mujer. El lenguaje mismo y la lógica que emplea la mujer moderna para derribar la cultura patriarcal fueron inventados por los hombres” dice, al tiempo que añade, “la ciencia y la industria occidentales han liberado a las mujeres de la esclavitud y el hogar y eliminado muchos peligros (...) El conformismo budista con respecto a la naturaleza no es ni fiel a ésta ni justo con el potencial humano. El espíritu apolíneo nos ha llevado a las estrellas”.


De hecho, y aquí radica su controversia con el feminismo hegemónico, lejos de culpar a la sociedad de los problemas, de la mujer, Paglia considera que estos son anteriores a la misma y que es precisamente la sociedad la que crea las condiciones para que estos puedan mejorar, siempre teniendo en cuenta sus limitaciones.


Para Paglia, es en el sexo y el erotismo donde se encuentran las tensiones y contracciones ctónicas y sociales. Pretender dotar de racionalidad y análisis al sexo es misión imposible para Paglia, por eso desdeña los postulados feministas que pretenden obviar las importantes fuerzas demónicas que se desatan en la sexualidad. “El sexo es el punto de contacto entre el hombre y la naturaleza, un punto en el que la moral y las buenas intenciones quedan a merced de unos impulsos primitivos”, considera. Por eso, y aquí estoy de acuerdo con ella, es absurdo pretender que la liberación sexual pueda tratarse como un simple intercambio de fluidos entre adultos racionales. Detrás de los encuentros sexuales, de la atracción física y de todo lo que rodea al juego de la atracción, hay intangibles, fuerzas telúricas, utilizando el lenguaje de Paglia, que deben ser tenidas en cuenta. Ella no está en contra de la liberación sexual, pero sí a favor de que se entienda todo lo que conlleva y asumir la responsabilidad de ser capaz de cuidar de una misma cuando desatamos fuerzas que a veces escapan incluso del control del de enfrente.


En resumen, me gusta el planteamiento general que hace ella de recordarnos que hay dos fuerzas antagónicas que mueven nuestro mundo, afectando a todo lo que somos y manifestándose con mayor intensidad en los ámbitos de nuestra vida en los que los ctónico muestra su poder: el sexo, la maternidad, las relaciones entre sexos… Obviar la hybris; obviar que al violador de turno poco o nada le van a importar las campañas del ministerio de Igualdad si te encuentras con él en un parque oscuro a las dos de la mañana; obviar que en la sexualidad y el erotismo se mueven cosas que van más allá de la superficie y de discursos racionales sobre el consentimiento; obviar que mañana puede caer un meteorito y acabar con todas nuestras ínfulas apolineas; obviar que el exceso apolíneo, azuzando al oscuro dinonisio que llevamos dentro, nos han llevado en el siglo XX a las peores matanzas de la historia de la humanidad; obviar que hay algo dentro de nosotros que domeñamos con la socialización pero que está listo para saltar si se dan las condiciones necesarias; obviar la enorme importancia del factor biológico en el lugar que ha ocupado la mujer a lo largo de la historia y en la forma que tenemos de entender la vida y a nosotros... Obviar que todo eso existe, tratar de entendernos sin ello, es condenarnos al desconocimiento y a ser víctimas de los peores excesos. Y lo peor de todo. A no entender nada.


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